Pero todo se torció. Porque cuando todo el mundo está de acuerdo en algo, sin preguntarse absolutamente nada, es que algo va mal. Recuerdo que yo por aquel entonces no me cuestionaba demasiado estos asuntos: si una mujer decía que era maltratada, tenía que ser así y punto, pero con este caso, empecé a replantearme todo esto: ¿entonces todas las muejres son seres de luz cuya palabra es un dogma de fe?, ¿todos los hombres son unos maltradores?, ¿en qué maldito momento se inició esta estúpida guerra de sexos? La cosa es que todo el feminismo institucional, ya saben, las Monteros y todo eso, que en ese momento no estaba en el gobierno, pero que llegaría años después, hablaban de esa madre coraje de Maracena y del maltratador del padre, pero a poco que se investigara sobre este supuesto maltratador, podía comprobarse que aceptó una condena de tres meses de prisión tras una pelea con Juana Rivas y la posterior denuncia de esta para poder seguir manteniendo el contacto con su hijo. Esa es toda la condena que este señor tiene; sin embargo, Juana Rivas sí que fue condenada en 2018 a seis años de inhabilitación para ejercer la patria potestad, además de indeminzar a su ex marido por los daños morales ocasionados; en 2021, tras la rebaja de una condena por el Tribunal Supremo a dos años y medio de prisión, llegó a entrar en la cárcel, pero fue indultada parcialmente por el Gobierno.
Insisto: ella ha sido condenada a mayores penas que él, pero es él quien lleva casi una década enfrentándose a todos los poderes españoles: al poder político, al poder judicial y, sobre todo, al poder mediático, que se ha empeñado en etiquetarlo como un monstruo sin tener mayores condenas que las que tiene Juana Rivas. ¿Él es culpable o lo es ella?, ¿lo son los dos? No tengo ni idea: no soy juez, no es mi cometido impartir justicia; solamente reflexiono sobre la doble vara de medir con unos y otros. Me pregunto si todo este circo mediático hubiese ocurrido con los hijos adoptados de una pareja de gais. Yo creo que no porque en este país, y como tendencia general en el mundo occidental, nos empeñamos en juzgar de distinta manera los mismos delitos según lo que cada uno tenga entre las piernas.
No quiero que parezca que digo lo que no es: probablemente ni él sea un santo ni ella un demonio, ni al contrario tampoco; creo que ambos se han dejado aconsejar indebidamente, sobre todo ella, asesorada desde 2017 por la tal Paqui Granados, del centro de la mujer de Maracena, que actúa como su asesora jurídica, pero que ni es abogada ni es nada relacionado con el Derecho y probablemente tenga tanta idea de leyes y, sobre todo, de legalidades, como pueda tener Irene Montero -esto es: ninguna-. Más que ayudarla, la perjudica. Y probablemente su modus operandi sea la manipulación y el agitamiento para conseguir sus propósitos a través de la presión mediática: no me creo que que los hijos de Juana Rivas envíen cartas al presidente la Junta de Andalucía pidiéndole ayuda o a una ministra de Juventud e Infancia -en serio, ¿esto es un ministerio?-, al menos no ha salido de ellos. Un niño que ha vivido entre Italia y España y que, recuerden, tiene 11 años, no conoce a la ministra de uno de los países entre los que vive, no decide motu proprio escribirle una carta porque su padre es muy malo. Estoy seguro de que Granados fue quien dio el fatal consejo a Rivas de huir de la justicia, esconderse y no entregar a los niños al padre cuando una sentencia firme así lo requería, con todo la repercursión legal que eso conllevó para Juana.
Hay algo muy turbio en este asunto que se acabará sabiendo con el tiempo y, entonces, y solo entonces, nos llevaremos las manos a la cabeza. Recuerden: ni los buenos son tan buenos ni los malos son tan malos.
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