El alcalde de Córdoba, José María Bellido, y la teniente de alcalde, además de presidenta de SADECO (empresa municipal de limipieza de Córdoba), Isabel Albás, inaugurante otra «zona de expansión canina» más.
Me gustan los animales. No tengo nada contra los perros, al contrario: me parecen nobles criaturas del señor, inteligentes y muchas veces más empáticas que los humanos. Pero algo está fallando cuando uno no puede dormir una noche entera sin escuchar ladridos, cuando las aceras están llenas de excrementos, y cuando, según las cifras, ya hay más perros que niños en nuestras ciudades. En los últimos años, sobre todo tras la pandemia, la presencia de perros en las ciudades ha crecido de forma exponencial. Es cada vez más raro cruzarse con alguien que no tenga un perro, o dos, o incluso más. Debajo de mi casa veo pasar a un señor con un curioso arnés que creo que él mismo se ha fabricado con cinco bulldogs franceses, de esos que se ahogan todo el rato y que parecen estar luchando cada minuto por su vida. En España ya hay más perros que menores de edad, y en ciudades como Madrid o Barcelona hay más mascotas registradas que niños menores de cinco años. Esto no es un dato cualquiera: es un síntoma.
Mientras los parques infantiles cierran, los parques caninos se multiplican, inaugurados orgullosamente por nuestros políticos que se creen los más modernos del mundo. Mientras el silencio nocturno se convierte en un lujo, los ladridos nos acompañan desde que amanece hasta la madrugada. Y aquí llegamos a uno de los puntos más molestos: el ruido. No hay nada más frustrante que estar intentando dormir y tener que soportar ladridos constantes en la calle, en un balcón o en la casa del vecino. A veces los perros ladran porque están solos, otras porque no están bien educados, otras porque un puñetero yorkside se encara con un perro diez veces más grandes que él.
El otro gran asunto es la higiene. Aunque muchos dueños recogen los excrementos de sus perros, una parte no lo hace. Y basta con que una minoría incumpla para que todos suframos tener calles sucias, parques donde no puedes pisar el césped porque te llevas una mierda contigo en la zapatilla y un gasto público añadido para limpieza, desinfección y mantenimiento que pagamos entre todos. No trato de criminalizar a quienes tienen mascotas, pero tener un perro no es un derecho sin deberes. Es un compromiso con el animal y con el entorno. Lo mismo que educamos a nuestros hijos para no molestar a los demás, hay que educar también a nuestras mascotas. Y si no podemos, quizás habría que plantear si estamos en condiciones de tenerlas.
Creo que estamos confundiendo el amor a los animales con una especie de barra libre emocional, y es que querer a los perros no implica querer que invadan cada rincón de la ciudad. Tampoco justifica que cualquier parque sea ahora un área canina improvisada. Hay espacios, hay normas, y debería haber límites. Vuelvo al comienzo de este artículo: me gustan los animales, pero creo que ya somos muchos los que empezamos a preguntarnos si no hemos ido demasiado lejos con esta moda de tener perro. No es una cruzada contra ellos. Es un llamamiento al sentido común.
Convivir no significa imponerse. Y cuando el número de perros supera al de niños, cuando el ruido supera al descanso y cuando la suciedad supera al civismo… algo, claramente, se nos ha ido de las manos. Quizás solo sea otro síntoma más de una sociedad enferma y de una civilización decadente.
Comentarios
Publicar un comentario