No me gustan las despedidas. Siempre que puedo, las evito. Odio decir adiós. Prefiero tener un recuerdo bonito, como cuando alguien se muere y no quieres verlo en el tanatorio. Las despedidas implican marchas, a veces dolorosas, a veces involuntarias; si juntamos los dos tipos, obtenemos una despedida muy triste, a la que acompañará en los meses siguientes la melancolía. ¿Por qué se inventarían las despedidas?, ¿qué necesidad había de dañarnos tanto?
Despedidas tras las incertidumbres previas; nostalgia en los meses posteriores. La vida era eso, ¿no? Que te embriaguen los sentimientos... los sentimientos que nos hacen no parecer robots e inteligencias artificiales. Hay quien gusta de vivir en un estado perpetuo de mescolanza; las mejores poesías y canciones se han escrito en ese estado y todos implicaban en algún momento una despedida. «Mal de mucho, consuelo de tontos», decía mi madre. Pero no por ello duele menos.
Malditas, siempre, despedidas.
Comentarios
Publicar un comentario