Saturación informativa

Lo del incendio de la Mezquita de Córdoba


Cuando el viernes cuando empezaba a irse el sol salí al balcón para subir el toldo y empecé a oler a quemado, nunca imaginé que lo que podría estar ardiendo era la Mezquita.

Así comienza este relato porque todo lo que vino después empezó con ese olor. He querido esperar unos días para publicar esto, para escribirlo con calma y tranquilidad y conociendo en la medida de lo posible qué ha pasado. No he incluido ninguna foto del incendio como tal porque, créanme, me duele ver esas imágenes. Hablo, claro, de lo que pasó en la Mezquita-Catedral de Córdoba la noche del viernes 8 de agosto de 2025: un incendio que, aunque los bomberos lograron controlar sin que las naves más antiguas y emblemáticas quedaran reducidas a cenizas, ha dejado una capilla colapsada, daños en otras dependencias y muchas sobre cómo se protege -o se deja de proteger- un monumento declarado Patrimonio de la Humanidad. 

Según las investigaciones que se están realizando y los comunicados oficiales hasta ahora, el fuego se originó pasadas las nueve de la noche en la zona conocida como la ampliación de Almanzor -la parte oriental de la mezquita- y afectó inicialmente a un área que habitualmente no está abierta a las visitas turísticas, usada por el Cabildo como almacén de enseres y maquinaria. Los primeros indicios técnicos apuntan a un cortocircuito en una barredora eléctrica que se encontraba guardada en ese espacio; fue de ahí, por la fácil combustión del material almacenado y la cercanía a elementos constructivos y retablos, de donde empezaron las llamas. Hay que decirlo: la actuación de los bomberos de Córdoba y la rapidez en la respuesta fueron determinantes para que el daño no fuese irreversible: llegaron en solo tres minutos, trabajaron con criterios técnicos y consiguieron controlar el fuego en pocas horas, evitando que se propagara por las naves principales y por el conjunto de arcos y columnas que todos asociamos inmediatamente con la imagen de Córdoba. La coordinación entre los bomberos, la policía local y nacional y el propio cabildo evitó la catástrofe.


Pero no confundan la salvación del monumento con la afirmación de que todo funcionó a la perfección: una capilla ha colapsado, hay daños materiales y artísticos que requieren restauración, y lo que a mí me parece más grave: el fuego se produjo en un espacio donde se guardaban equipamientos que, por su naturaleza eléctrica y por los materiales que acompañaban a esa maquinaria, son un riesgo evidente. Guardar barredoras, cubos de plástico, cajas, sillas... en una capilla con techos y maderas históricas es, como mínimo, un error de juicio en la gestión del riesgo. Todo edificio público, y más si es un monumento de valor patrimonial y turístico, cuenta con un plan de autoprotección. Ese plan es un documento técnico que recoge cómo se previenen riesgos, cómo se detectan incidentes y cómo se actúa ante una emergencia. Se realizan con cierta frecuencia: lo leo en la prensa y lo escucho en la radio. Y aunque esto haya funcionado medianamente bien a la hora de apagar el incendio, me pregunto cómo carajo se le ocurre a nadie guardar ese tipo de material en una capilla, por muy en desuso que esté en ese momento. Creo que es un error que los responsables de la Mezquita caigan en la autocomplacencia y digan que todo ha salido fenomenal, que la consejera de Cultura -que es quien debe velar por que todo este patrimonio se conserve bien- repita la misma canción y el alcalde de Córdoba no se cuestione nada de esto.

No hay que ser un premio Nobel para darse cuenta de que cuando en un espacio patrimonial se acumulan enseres y mobiliario que prenden con facilidad estamos jugando a la ruleta rusa. Si además la maquinaria guarda baterías o sistemas eléctricos susceptibles de fallo, el riesgo no es que sea bajo, es que es muy probable que ocurra algo. Y ya hemos visto todos como las baterías fallan: lo vimos hace unos cuantos años ya con la batería de aquel Samsung Galaxy que explotaba; lo vemos más recientemente con las baterías de los coches eléctricos que arden. Decir que «algo falló» no es condenar a nadie sin pruebas, pero sí exigir transparencia: no me parece descabellado que haya gente pidiendo ver los protocolos, las hojas de mantenimiento, las actas donde se decida qué zonas pueden usarse como almacén y bajo qué condiciones. El incidente debe llevar a una investigación pública y documentada que establezca hechos y responsabilidades, no a las declaraciones genéricas y tranquilizadoras en la que están cayendo los políticos. Me parece completamente lógico que haya gente en la ciudad y en el mundo académico criticando que se usen espacios con valor patrimonial como trasteros improvisados.


La Junta de Andalucía dio hace dos días una estimación preliminar del coste de la restauración, que estará en torno al millón de euros, y se han aprobado trabajos de limpieza, apuntalamiento y protección temporal de las zonas afectadas. Pero estas cifras son aún provisionales: la restauración completa dependerá de peritajes especializados, análisis de materiales y proyectos técnicos que respeten los criterios de conservación. Algunos elementos, por su cronología y materiales, son más sencillos de intervenir; otros, como retablos o techos de madera policromados, requieren tratamientos que llevan tiempo y trabajadores especializados. En otras palabras, dinero. Es fácil sentirse satisfecho porque «al final no se quemó lo esencial», un 1% de todo el complejo escuché ayer decí en CanalSur a Patricia del Pozo, que sí, que es nada en comparación con lo que ocurrió en Notre Dame, pero el incendio mostró una concatenación clara: almacenamiento inapropiado + aparato eléctrico con posible fallo + materiales inflamables = riesgo de incendio. Es así de sencillo.

El olor a quemado que noté en el balcón fue la primera señal de una noche que nos recordó lo frágil que son las cosas que creemos sólidas, que pensamos que son indestructibles. La Mezquita-Catedral es mucho más que un reclamo turístico: es un palimpsesto de épocas, de convivencias y rupturas, de maderas y ladrillos que contienen la historia de Córdoba, la historia de España y de toda la humanidad, y protegerla exige conocimiento, dinero, voluntad y sobre todo sentido común. La buena noticia es que, sí, lo esencial se ha salvado y hay medios para reparar los daños, pero no debe olvidarse que todo esto se podría haber evitado.

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